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“Regresó” el Ruiseñor Mexicano a su Teatro
La mítica Ángela Peralta regresó en espíritu al teatro que lleva su nombre en el estreno mundial de la ópera “La paloma y el ruiseñor”, obra original del compositor norteamericano Roger Bourland producida por del Instituto de Cultura de Mazatlán.


Antes de la tercera llamada, el lobby del TAP vivió un efervescente glamour cuando el  público mexicano y extranjero se tomó  fotos y admiró los retratos ovales de “El ruiseñor mexicano”, voz que asombró a México y al mundo  desde mediados del Siglo 19 hasta su amargo final en la ciudad de Mazatlán.

Este evento sin precedentes en la historia artística de Mazatlán, reunió a algunas de las instituciones y talentos más destacados del puerto: la dirección escénica a cargo del maestro Ramón Gómez Polo y de Raúl Rico González, director general del Instituto de Cultura de Mazatlán. A los alumnos de la Escuela Superior de Canto de Mazatlán y al Coro Guillermo Sarabia, dirigidos por los maestros Enrique Patrón de Rueda y Martha Félix; la Escuela Profesional de Danza, con la dirección de Claudia Lavista y Víctor Ruiz y  el Ballet Folclórico del Instituto de Cultura de Mazatlán,  dirigido por  Javier Arcadia.

De esta gama de profesionales, destacó la labor de la Orquesta Sinfónica Mazatlán, que en esta ocasión fue dirigida por el maestro Scott Dunn, quien también fungió como adaptador del texto confeccionado por el musicólogo Mitchell Morris y que contó con la exhaustiva supervisión de Plácido Domingo Junior.

El Primer Acto, cuando aparece el S.S. Newbern, navío en el que Peralta y su compañía realizan una travesía a través del Mar de Cortés de La Paz, Baja California a Mazatlán, se confeccionó con la espectacular escenografía móvil del maestro Jorge González Neri.

Allí la voz del tenor Juan Fernando Martínez dio vida al Capitán Martín Ibarra,  testigo y el detonante para que las voces de sus ilustres tripulantes contarán sus historias.

Julián Montiel y Duarte en voz del barítono mazatleco Armando Piña, narra los hechos del desamor con su actual esposa Rosa Vargas de Montiel, interpretada por la soprano mazatleca Penélope Luna, y también, el de su naciente romance con Ángela Peralta, encarnada por la soprano Jéssica Loaiza, de Culiacán.

Entre sutiles saltos al pasado para revivir el primer encuentro entre este intenso triángulo amoroso en la voces de Esteban Baltazar (como el pequeño Julián), Eimy Osuna (Ángela, de niña) y Alba Cecilia Rivera (Rosita), y una serie de exquisitos números entorno a temas como el mar, la fragilidad de la vida, el destino, amor y desamor, en las voces del coro de alumnos de la Escuela Superior de Canto de Mazatlán, el Primer Acto dio evidencia del trabajo lírico y melódico que el equipo conformado por Bourland, Morris y Dunn se empeñaron en construir a lo largo de 12 años.

Sin embargo, esto era sólo la entrada de un delicioso banquete sonoro. Las arias interpretadas por Armando Piña, Penélope Luna y Jéssica Loaiza serían los platos fuertes: piezas cargadas de dramatismo, poesía y exigentes interpretaciones vocales que demostraron porqué están considerados como algunas de las voces jóvenes más destacadas del panorama nacional.

En ellas se revela el intenso amor entre Montiel y Peralta, el carácter y temple de la famosa soprano para superar la muerte de su primer esposo y posicionarse como la mejor voz de su tiempo, y también el amargo declive de Rosa, cantante que fue relegada a la sombra, que jamás gozó de amor o admiración de su esposo y que entre el celo y la frustración, guarda la esperanza de liberar su alma de esos pesados fardos.

Para sacudir un poco la tensión dramática de este acto, de manera atinada Bourland creó dos personajes cómicos y chuscos: “La Zepilli” y “La Saborini” dos sopranos coquetas y altaneras que pelean constantemente, y que en las voces de Jéssika Arévalo y Adriana Romero provocaron las risas de toda la audiencia.

Sin duda, en la primera mitad del espectáculo uno de los elementos que destacó fue el hermoso vestuario inspirado en la moda del Siglo 19, que lució en todo su esplendor en el momento en que la embarcación avista las playas de Mazatlán, allí la emoción se desborda, pero algo pone la nota amarga: un marinero cae muerto, tiene la fiebre amarilla, pero la cita de Peralta con el destino ya está echada.

El Segundo Acto de “La Paloma y el Ruiseñor” dio inició con la llegada de “El Ruiseñor Mexicano” a la Plazuela Machado. Los personajes más ilustres de la época, entre quienes destacaron el bandolero Heraclio Bernal (Esteban Baltazar) y “Maclovio Castellanos” (Juan Fernando Martínez), Prefecto de Mazatlán, la reciben, cantan su gloria y el orgullo de que sea mexicana. Pero de nueva cuenta, el signo de lo fatal aparece en el canto de la gitana “Madame L´Aiguille”, fantásticamente interpretada por Flor Estrada, quien señala de golpe a Julián Montiel y Duarte que la muerte de su amada está cerca.

Ya instalados en la última escenografía de la noche, la de la habitación del Hotel Iturbide que sería la última morada de la cantante, las evidencias del desastre se anuncian: muertes y más muertes de miembros de la compañía, de los habitantes de la ciudad, el arrasador paso de la fiebre amarilla estremece a todos, pero El Ruiseñor conserva intacto su fuego y aún planea cantar en el Teatro Rubio.

Ante el contagio Ángela comienza a delirar, escucha su voz de niña, esa voz que la ha guiado y empujado a las más sublimes alturas y que aún en la enfermedad no sabe detenerse. Ante todos, la dama fuerte, bella y majestuosa se desploma y esto se convierte en una oportunidad para Rosa de mostrar con acciones su deseo de cambiar.

Sin previo aviso llega al puerto Beatriz Melani, quien durante una gira en la Ciudad de México se encargó de sabotear las presentaciones de Ángela Peralta bajó las órdenes de Rosa. Sin embargo, aquí, la temperamental dama logra sortear los chantajes y hace que Montiel y Duarte la expulse de la habitación para evitar sobresaltos en Peralta y  sobre todo, para que sea ella misma quien tenga la oportunidad de pedir disculpas y enmendar sus faltas. Pero es demasiado tarde, Peralta está en su último suspiro y lo único que restó por hacer fue sellar el pacto de amor entre ella y Julián.

En esta segunda parte del espectáculo, destacó el dramatismo, la atmósfera densa y trágica que los solistas supieron imprimir con sus voces, con sus gestos y almas. La hora más aciaga estaba cerca, y justo en ese momento las voces de los mazatlecos se escuchan a las afueras del Hotel Iturbide: piden consuelo ante la muerte que no para de ser sembrada por la fiebre. Y en un acto de amor, Rosa sube al balcón para cantarles ataviada con un rebozo de Ángela Peralta.

Allí, las voces de  Julián Montiel, Ángela Peralta y Rosa se unen, reflexionan, buscan redimirse y encuentran la paz en un instante lleno de intensidad que fundió las voces de los tres solistas con las notas finales de la orquesta y el tronador aplauso del público.

Al final,  el elenco fue colmado de aplausos; el compositor Roger Bourland salió al escenario para recibir el cariño y el reconocimiento de la audiencia y mientras era arropado con fuertes aplausos, el prestigiado músico soltó una blanca paloma mensajera que voló hacia la platea para después pararse en un balcón ante el asombro del público.